miércoles, 1 de febrero de 2012

Inspiración (IX) - Visita a medianoche

Escucho un susurro a medianoche… es ella, llamándome. No puedo estar teniendo un sueño, ya vivo en uno desde hace seis semanas y media. Oigo su voz con más claridad, y noto que algo me roza el hombro. Abro los ojos, y me giro. Ha vuelto. Miro el reloj, las once de la noche. Está aquí de nuevo. ¿Dónde habías ido? “Desperté en el hospital, y tenía que ir a clase. Pero he vuelto a verte. Creo que cuando me quedo dormida es cuando puedo entrar aquí”, ¿y ya está? ¿Con dormirte cerca de mí es suficiente? “quizá ayuda algo que entrelace mi mano con la tuya”. No quiero hacerle más preguntas, ¿está agarrando mi mano toda la noche? Creo que mi sueño se está viviendo fuera de Inspiración, y lo peor es que no estoy para disfrutarlo. Me pregunta donde estamos. Le digo que en su dormitorio dentro de Inspiración. Se sorprende con todo lo que alcanza a ver, a pesar de ser de noche. La playa, toda la ciudad, los jardines del palacio. Con un poco de suerte le gusta el sitio y decide hacerme compañía. “Esta mañana te hice una pregunta, y aún espero respuesta”, le digo, tras lo cual vuelvo a repetir si me ayudará a escapar. Dice que sí. Pero sabe que sólo cuento con ella de noche, y por eso no ha respondido con pleno convencimiento. Tendré que poner mucho de mi parte si quiero acabar con mi gigantesca prisión mental.

Acuerdo con ella pasar la noche en el amplio cuarto. No podemos superar los muros del palacio ahora mismo, con lo cual recorrer el camino de vuelta sería en vano. Hablo con ella de lo que pasó por la mañana, mi largo paseo, y mi descubrimiento de una parte nueva de la ciudad. Del lugar donde nació Inspiración. Me dice que tenemos que ir allí al día siguiente, para ver si hay algo que nos pueda ayudar. “Pero tendrás que llegar antes de las nueve de la noche, cuando tiene lugar el ocaso y tu autómata entra al palacio” Me dice que imposible, que solo puede llegar a esa hora del trabajo un día en semana, y la que viene tiene un compromiso insalvable. Y no puedo posponer mi escapada otras dos semanas, antes de ese tiempo me volveré loco. Además, probablemente mi cuerpo empiece a perder aguante. Un momento. Si esta ciudad está en mi cabeza, podría frenar el portón. Quizá el autómata no puedo manejarlo, pero la ciudad sí. No he podido modificarla, pero tampoco lo he intentado de verdad. Me he dejado llevar por la comodidad. Mañana tendré que mantener cerrado el Palacio Supremo. No será fácil, los veinte metros de altura que tiene la entrada parecen pesados.

Mónica no está tan convencida de mi plan, pero si queremos seguir avanzando no queda otra que intentarlo. Como hoy no tenemos mucho más que decidir, pasamos el resto de la noche conociéndonos un poco más, ya que por lo menos yo me quedé con ganas de más la noche anterior. Miro el reloj. No creo que falte mucho para que despierte. Le digo que se acueste, pero que hoy se despida en condiciones. Me abraza. Me mira fijamente con esas brillantes esmeraldas que tiene por pupilas. Me da un beso en cada mejilla y las buenas noches. Mañana espero que sea un día más productivo.

Yo no necesito dormir, no tengo ganas. Miro fijamente la ciudad a través del ancho ventanal del dormitorio. Algo me dice que mañana me espera un día largo. Algo me dice que la ciudad está durmiendo y tiene que despertar.

martes, 31 de enero de 2012

Inspiración (VIII) - El palacio supremo

El sol se pone lentamente sobre los edificios del otro lado de la ciudad. Regreso al mismo lugar de ayer por la tarde. Allí está su cuerpo, falta que regrese esa parte que le otorga vida. El portón se abre. Vamos, vamos, gírate. No puede encerrarse en el palacio. Si cobra vida mientras está allí no me enteraré. Salgo corriendo. Si ella pasa la noche allí, yo también. El corazón se me acelera una vez más, nunca he entrado en su territorio. Pero en el caso de que toda la noche se mantenga en el estado de autómata, no creo que le importe que esté aquí. La puerta gigante comienza a cerrarse, no sé si conseguiré llegar a tiempo… tan sólo unos pocos metros más… ¡sí! Lo logré. Estoy al otro lado del muro, en otra de esas partes de la ciudad que no he conocido aún.

La sigo hacia la entrada del Palacio Supremo. Desde aquí abajo se ve tan inmenso que parece que va a engullirnos si continuamos avanzando. Atravesamos el umbral de la entrada, y al contrario de lo que me imaginaba, el castillo está mal iluminado. Apenas unas cuantas antorchas en las paredes. Es un lugar sombrío, frío y como toda la ciudad, artificial. Y ni siquiera tengo la calidez de Mónica para reconfortarme un poco. No me sorprendería que en cualquier momento se apareciera un fantasma o un monstruo. Pero tengo la certeza de que jugando en mi terreno no aparecerá nada. La luz externa continúa atenuándose y ella sigue sin cobrar vida. Continuamos subiendo y bajando escaleras, atravesando interminables pasillos, hasta llegar a una habitación inmensa, con más iluminación que la que hay en todo el palacio. Una cama en la que perfectamente entrarían cuatro personas, varios espejos donde poder verse reflejado entero, ventanales desde los que ver la ciudad al completo. Creo que ni siquiera mi casa tiene estas dimensiones. Sin duda es su dormitorio. Viendo que se acerca a su lecho, decido echar un vistazo fuera y veo que la luna, llena como siempre, reina en el cielo ahora. ¿Cuánto tiempo habremos pasado recorriendo los interiores del palacio? Sea como sea, si se va a dormir la perderé hoy definitivamente. Pero el autómata no reacciona ante mí. Se recuesta en la cama. Cierra los ojos. Fin del juego, pienso. Además, no puedo volver, el portón está cerrado hasta mañana por la mañana. Me tumbo junto a ella, y noto el frío que desprende su cuerpo. Quiero que amanezca lo antes posible. Cierro los ojos. Buenas noches, Mónica.

viernes, 27 de enero de 2012

Inspiración (VII) - Atando cabos

No he sido capaz de pegar ojo desde que me acosté. Ha ayudado el hecho de que cuando me dejé caer en la cama ya había amanecido y el sol se filtra por la persiana, pero tenía demasiadas cosas en las que pensar como para poder dormir. Me arreglo un poco, bajo corriendo las escaleras hacia el portal, y salgo a la calle. ¿Qué ocurre? El cielo está nublado por primera vez, y las nubes tienen un color gris oscuro que no augura nada bueno. No importa, va a abrirse la entrada del palacio. Va a salir, ¿será la misma de anoche o por el contrario, el mismo espíritu sin vida de las seis semanas anteriores? Para mi desgracia, continúa sin vida. Comienza a hacer el mismo recorrido de siempre. Quizá su visita de ayer fue tan solo producto de mi imaginación. No, su abrazo era cálido, real. Aun no me entra en la cabeza que esté encerrado aquí a raíz de un accidente. Pero si realmente ella ha entrado aquí y ha salido, yo también debo ser capaz. Comienza a llover. Y a diferencia de mi baño en la playa, esta vez sí que noto que mi ropa se humedece, y que el agua empapa mi cuerpo. No suelo acostumbrar a quedarme bajo la lluvia, pero realmente me apetece. Paseo la Gran Avenida en dirección contraria al palacio. Necesito pensar. Tras un cuarto de hora amaina el chaparrón. Continúo andando. Para cuando me doy cuenta, han pasado tres horas y he avanzado hasta perder de vista la zona conocida de Inspiración.

Nunca había estado tan lejos. Antes la ciudad se repetía a partir de cierto punto, como un bucle. Pero ya no era así. Nuevos edificios y calles habían aparecido sin darme cuenta. Pero en el fondo sentía como si ya los hubiera visto antes. Tras un rato pensando, descubrí que todo lo que yo llamaba nuevo existía en realidad. En mi ciudad. La verdadera, fuera de mi mente. Y ahora formaba parte de Inspiración. Quizá pudiese encontrar el lugar donde ocurrió el accidente. Trataré de ir con Mónica allí. Pero antes tengo que conseguir que vuelva a la ciudad como sea. Vuelvo sobre mis pasos, de nuevo hacia la playa, el palacio, mi piso. Debería comer algo, pues llevo seis semanas sin probar bocado, pero no he tenido en ningún momento hambre. Supongo que el suero estará ayudándome a subsistir en el hospital. El paseo al final me ha durado casi seis horas, pero no tengo cansadas las piernas. Moverme por mi mente es más cómodo de lo que pensé en un principio. He tenido tiempo de pensar en el abrazo, la conversación posterior, estar a punto de ver amanecer juntos. Esta historia no puede acabar ahí. Además, aun tiene que contestarme a la pregunta que le hice sobre si me ayudaría a salir de Inspiración. Espero que con el atardecer ocurra lo mismo que ayer. Es cuestión de esperar. Total, prisa no tengo ninguna.

jueves, 26 de enero de 2012

Inspiración (VI) - Realidad

Acaba de pronunciar mi nombre. Ahora el que se ha quedado sin saber qué hacer o decir soy yo. Estoy petrificado, mi cuerpo no me responde. Seis semanas buscando lograr algo como esto, y ahora que lo consigo no reacciono, vamos, vamos, tú puedes, haz o di algo. Me pregunta si estoy bien, he de ser capaz de articular alguna palabra. “Mónica”, es lo primero que sale de mi boca. Miro al fondo de sus ojos. Esta vez brillan, rebosan vida. El verde más bonito jamás imaginado y con el reflejo del atardecer sobre la playa me invita a congelar la escena y disfrutarla durante horas y horas. Me pregunta que qué miro, y le digo que su mirada. Me sonríe dulcemente, y noto como un cosquilleo se apodera de mí. Por fin lo que empezaba a convertirse en pesadilla torna en un feliz sueño. Sólo falta que salgamos juntos de esta ciudad imaginaria, y despertemos uno al lado del otro.

Le pregunto cuánto tiempo lleva en Inspiración, y dice que acaba de despertarse aquí. ¿Y entonces quién era la persona que me he pasado persiguiendo todo este tiempo? ¿Había creado yo a la chica y ahora ha sido sustituida por la original? Por mucho que esté en mi cabeza, hay cosas que me cuesta procesar. Sea como fuere, he de aprovechar el momento. La invito a recorrer la playa, si acaba de llegar no conocerá Inspiración. Una ciudad nacida por y para ella. Pero eso no debe saberlo. Al menos, no de momento. Supongo que se acabará dando cuenta si ve que somos los únicos elementos con vida en toda la superficie. Y que el Palacio Superior es su hogar. Prefiero disfrutar del momento, que ya tendré tiempo de pensar en soledad. “Nunca había recorrido esta playa de noche” le digo, seguido de “supongo que porque nunca he tenido con quien disfrutar del baño de las estrellas”. Cállate, por favor, tanto tiempo sin ser capaz de decirle dos palabras seguidas y vas a asustarla cuando tan sólo lleva unos minutos aquí. Sonríe amablemente, y me pregunta si no hay nadie más aquí. “Solo tú y yo, y doy gracias a que acabas de llegar, si no me iba morir del aburrimiento” – no creo que hubiera quedado muy bien si le explicara que llevo persiguiendo a una especie de robot con su forma durante mes y medio. Entonces me hace una pregunta obvia, ¿y qué has hecho todo este tiempo? Me esperaba la pregunta, y tengo la respuesta preparada: “Intentar salir de aquí”.

Veo que el semblante le cambia por completo. Me dice que cuánto tiempo llevo encerrado en esta ciudad. A estas alturas lo sé de memoria: seis semanas, dos días, veinte horas, y aumentando. “¿Recuerdas lo que hiciste antes de llegar?” formula a continuación. Ir a hablar con ella después de cruzármela en la calle. Pregunta si no recuerdo nada más, y veo que los ojos se le humedecen. Empiezo a preocuparme, igual estar en Inspiración no era un castigo por no ser capaz de hablar con ella después de todo. Y así es. Mónica confirma el peor de mis temores. Ahora sé por qué no puedo salir, por qué día tras día amanezco y anochezco en esta ciudad nacida de la invención. Efectivamente, me crucé con ella. Y fui a buscarla. Pero no miré a ambos lados de la calle antes de cruzar. Un coche me golpeó. Y así aterricé aquí. Un viaje sólo con billete de ida. ¿Y cómo lo sabes?, consigo articular mientras trato de recuperarme del shock. “Porque hasta que he llegado aquí estaba contigo en el hospital”. Esa frase me paralizó por completo. ¿Y qué hacía Mónica, la chica de mis sueños, visitando mi inerte cuerpo? “Un doctor dijo que si fui la última persona que viste, quizá al notar mi presencia allí, podría ayudarte a salir del estado de coma”. A mi parálisis se sumó una lluvia de lágrimas. Meses intentando encontrar el momento adecuado para hablar con ella, y ahora tenía que verla en mi imaginación mientras me contaba como estaba intentando ayudarme en la realidad. La impotencia que sufría en ese momento era inimaginable. Cuando creía que tenía todo bajo mi control, la ciudad creada a mi gusto, y por fin manteniendo una conversación con la chica, descubro que en este momento no tengo absolutamente nada controlado, y en ese momento Inspiración aparte de más artificial que nunca, me resultó insignificante. Tantos kilómetros sin sentido, tantas calles vacías, la playa. Ojalá desapareciera todo en ese mismo instante junto conmigo.

En ese instante, cuando más frío me sentía, más vacío, noté algo que me reconfortaba. Mónica me abrazó. No sabía cómo reaccionar, sentía rabia por el hecho de que fuera un abrazo por compasión, y por otro lado notaba como poco a poco volvía a ser yo mismo. Por no romper aquella tierna escena hice lo propio abrazándola de la forma más dulce que pude, en el fondo todo el tiempo que pasamos juntos me hubiera gustado inmortalizar esa escena, junto a la del atardecer reflejado en su mirada. Una vez nos separamos decidí que no quería volver a amargarme. Quería conocerla. Nos pasamos hasta bien tarde hablando de nuestras vidas, nuestros gustos, aficiones, anécdotas. Las horas se convirtieron en minutos, los minutos en segundos, y los segundos desaparecieron. Cuando decidimos acabar la interesante charla hasta el día siguiente, me vi obligado a pedirle el favor más grande que jamás podría pedirle: “Ayúdame a salir de aquí”. No obtuve respuesta. El brillo de sus ojos desapareció, y el autómata que pensaba que ya no existía se dirigió sin volver a mediar palabra al palacio. Fue bonito mientras duró, pensé. Pero no era suficiente. Tenía que conseguir volver a verla. Estaba seguro que junto a Mónica, encontraría la llave de la puerta de salida de esta – ahora para mí maldita – ciudad. Era la hora de marcharse de Inspiración.