jueves, 26 de enero de 2012

Inspiración (VI) - Realidad

Acaba de pronunciar mi nombre. Ahora el que se ha quedado sin saber qué hacer o decir soy yo. Estoy petrificado, mi cuerpo no me responde. Seis semanas buscando lograr algo como esto, y ahora que lo consigo no reacciono, vamos, vamos, tú puedes, haz o di algo. Me pregunta si estoy bien, he de ser capaz de articular alguna palabra. “Mónica”, es lo primero que sale de mi boca. Miro al fondo de sus ojos. Esta vez brillan, rebosan vida. El verde más bonito jamás imaginado y con el reflejo del atardecer sobre la playa me invita a congelar la escena y disfrutarla durante horas y horas. Me pregunta que qué miro, y le digo que su mirada. Me sonríe dulcemente, y noto como un cosquilleo se apodera de mí. Por fin lo que empezaba a convertirse en pesadilla torna en un feliz sueño. Sólo falta que salgamos juntos de esta ciudad imaginaria, y despertemos uno al lado del otro.

Le pregunto cuánto tiempo lleva en Inspiración, y dice que acaba de despertarse aquí. ¿Y entonces quién era la persona que me he pasado persiguiendo todo este tiempo? ¿Había creado yo a la chica y ahora ha sido sustituida por la original? Por mucho que esté en mi cabeza, hay cosas que me cuesta procesar. Sea como fuere, he de aprovechar el momento. La invito a recorrer la playa, si acaba de llegar no conocerá Inspiración. Una ciudad nacida por y para ella. Pero eso no debe saberlo. Al menos, no de momento. Supongo que se acabará dando cuenta si ve que somos los únicos elementos con vida en toda la superficie. Y que el Palacio Superior es su hogar. Prefiero disfrutar del momento, que ya tendré tiempo de pensar en soledad. “Nunca había recorrido esta playa de noche” le digo, seguido de “supongo que porque nunca he tenido con quien disfrutar del baño de las estrellas”. Cállate, por favor, tanto tiempo sin ser capaz de decirle dos palabras seguidas y vas a asustarla cuando tan sólo lleva unos minutos aquí. Sonríe amablemente, y me pregunta si no hay nadie más aquí. “Solo tú y yo, y doy gracias a que acabas de llegar, si no me iba morir del aburrimiento” – no creo que hubiera quedado muy bien si le explicara que llevo persiguiendo a una especie de robot con su forma durante mes y medio. Entonces me hace una pregunta obvia, ¿y qué has hecho todo este tiempo? Me esperaba la pregunta, y tengo la respuesta preparada: “Intentar salir de aquí”.

Veo que el semblante le cambia por completo. Me dice que cuánto tiempo llevo encerrado en esta ciudad. A estas alturas lo sé de memoria: seis semanas, dos días, veinte horas, y aumentando. “¿Recuerdas lo que hiciste antes de llegar?” formula a continuación. Ir a hablar con ella después de cruzármela en la calle. Pregunta si no recuerdo nada más, y veo que los ojos se le humedecen. Empiezo a preocuparme, igual estar en Inspiración no era un castigo por no ser capaz de hablar con ella después de todo. Y así es. Mónica confirma el peor de mis temores. Ahora sé por qué no puedo salir, por qué día tras día amanezco y anochezco en esta ciudad nacida de la invención. Efectivamente, me crucé con ella. Y fui a buscarla. Pero no miré a ambos lados de la calle antes de cruzar. Un coche me golpeó. Y así aterricé aquí. Un viaje sólo con billete de ida. ¿Y cómo lo sabes?, consigo articular mientras trato de recuperarme del shock. “Porque hasta que he llegado aquí estaba contigo en el hospital”. Esa frase me paralizó por completo. ¿Y qué hacía Mónica, la chica de mis sueños, visitando mi inerte cuerpo? “Un doctor dijo que si fui la última persona que viste, quizá al notar mi presencia allí, podría ayudarte a salir del estado de coma”. A mi parálisis se sumó una lluvia de lágrimas. Meses intentando encontrar el momento adecuado para hablar con ella, y ahora tenía que verla en mi imaginación mientras me contaba como estaba intentando ayudarme en la realidad. La impotencia que sufría en ese momento era inimaginable. Cuando creía que tenía todo bajo mi control, la ciudad creada a mi gusto, y por fin manteniendo una conversación con la chica, descubro que en este momento no tengo absolutamente nada controlado, y en ese momento Inspiración aparte de más artificial que nunca, me resultó insignificante. Tantos kilómetros sin sentido, tantas calles vacías, la playa. Ojalá desapareciera todo en ese mismo instante junto conmigo.

En ese instante, cuando más frío me sentía, más vacío, noté algo que me reconfortaba. Mónica me abrazó. No sabía cómo reaccionar, sentía rabia por el hecho de que fuera un abrazo por compasión, y por otro lado notaba como poco a poco volvía a ser yo mismo. Por no romper aquella tierna escena hice lo propio abrazándola de la forma más dulce que pude, en el fondo todo el tiempo que pasamos juntos me hubiera gustado inmortalizar esa escena, junto a la del atardecer reflejado en su mirada. Una vez nos separamos decidí que no quería volver a amargarme. Quería conocerla. Nos pasamos hasta bien tarde hablando de nuestras vidas, nuestros gustos, aficiones, anécdotas. Las horas se convirtieron en minutos, los minutos en segundos, y los segundos desaparecieron. Cuando decidimos acabar la interesante charla hasta el día siguiente, me vi obligado a pedirle el favor más grande que jamás podría pedirle: “Ayúdame a salir de aquí”. No obtuve respuesta. El brillo de sus ojos desapareció, y el autómata que pensaba que ya no existía se dirigió sin volver a mediar palabra al palacio. Fue bonito mientras duró, pensé. Pero no era suficiente. Tenía que conseguir volver a verla. Estaba seguro que junto a Mónica, encontraría la llave de la puerta de salida de esta – ahora para mí maldita – ciudad. Era la hora de marcharse de Inspiración.

No hay comentarios:

Publicar un comentario