sábado, 6 de marzo de 2010

Episodio 2 y 3: Vuelve, vuelve... (II) & (III)

Y allí se sentó, sobre la húmeda hierba, a descansar del peso de su mochila, y a relajarse con el agradable atardecer de Mayo que en ese momento estaba teniendo lugar.

Pero viendo que la hierba era más blanda de lo que creía, decidió tumbarse, y mientras el sol se apagaba lentamente a lo lejos se quedó dormida. Y despertó en su cama, pensando que lo de su visita en autobús no habría sido más que un sueño. Se levantó, se fue al baño, y vió en el espejo un reflejo que aun siéndole familiar, le resultaba más adulto. Miró el calendario, y seguía siendo la fecha de siempre. Miró su DNI, y se encontró con que era mayor de edad. Fue a la cocina, saludó a su madre, y salió de casa, cogiendo previamente las llaves de un coche. No sabía lo que le había ocurrido para despertar dos años más mayor que la noche anterior, pero era igual, prefería no hacer preguntas para no deshacer aquél momento mágico. Tocó el botón de la llave del coche, y se iluminaron enfrente suya las luces de un coche deportivo. Era suyo. Entró en el coche, lo arrancó y salió rápidamente calle abajo, mientras sonreía feliz. Se dió un largo paseo, hasta que tras una buena cantidad de kilómetros recorridos, llegó al pueblo con el que creía haber soñado. Pasó varios cruces disfrutando de las vistas, hasta que llegó a un nuevo cruce. Según fue a pasarlo, algo le golpeó con gran fuerza por el lado del copiloto. Un coche se había saltado la señal correspondiente, y ahora los dos vehículos se encontraban formando una sola unidad, aunque con bastante peor aspecto que por separado. Y entonces el otro conductor, con mirada furiosa, se bajó de lo que quedaba de coche, y empezó a gritar: "Niña! Niña! Oye!" mientras Marta lloraba y se tapaba la cara con las manos.

Cuando se descubrió el rostro, se encontró en el parque que nunca había abandonado. Y no había soñado su excursión, lo que había soñado era su mayoría de edad. Su mirada se entristeció, y volvió a escuchar la misma voz del conductor, pero ya más suave: "Oye! Que voy a cerrar el parque, no querrás quedarte aqui toda la noche, ¿verdad?" Miró un poco hacia arriba y se encontró con una amable expresión, de un señor ya de avanzada edad, y que por lo que parecía era uno de los guardias de aquél edén en miniatura. Marta, sin decir nada, se levantó rápidamente, cogió su mochila y se dirigió a la salida. Una vez en la calle, miró su reloj: las once y media. No se podía creer que su madre no la hubiera llamado para saber donde estaba, y entonces recordó que se dejó el móvil en casa a propósito tras discutir con su padre sobre su última factura telefónica. Corrió hasta la parada de autobús más cercana, y comprobó que el último autobús pasaba a las once. Estaba a unos kilómetros de su casa, pero no tenía forma de volver, ya que su única vía pasaba por el bonobús que llevaba encima, y en ese momento, no le servía absolutamente de nada.

Tras recorrer durante un rato las calles de aquel pueblo, Marta descubrió que su pesadilla no había hecho nada más que empezar: era fiesta local, y ni siquiera los restaurantes se mantenían abiertos a esa hora. Estaba sola, sin forma de comunicarse con sus padres, sin dinero para pagar un taxi, los cuales ni siquiera se dejaban ver circular por aquel, ahora fantasmagórico, lugar. Su respiración se empezó a acelerar, y tuvo que sentarse en un bordillo para evitar caerse. No podía pasar la noche vagando por las frías calles, y le aterraba la idea de tener que acomodarse en un lugar donde pudiera ser víctima de un vagabundo o de algún grupo de gente capaz de hacer daño con tal de pasarlo bien. Apesadumbrada y con la cabeza baja, decidió seguir andando, con un poco de suerte encontraría una gasolinera abierta, o una carretera desde la que poder hacer auto-stop, y de esa forma conseguir volver a su casa. Mientras avanzaba lentamente, mirando al suelo, se sorprendió al ver una sombra por su espalda. No quiso girarse, y mantuvo el ritmo y la postura, durante varios metros más, incluso quebró un par de veces en diferentes esquinas, esperando que la suerte la acompañara y que aquella sombra siguiera un camino distinto, pero no fue así, y al contrario, cada vez la tenía más cerca. Entonces se frenó en seco y giró, ya que veía imposible huir de un laberinto de calles que no conocía. Y se encontró con un hombre alto, gordito, con cara muy seria. Marta soltó un estridente chillido, que asustó a su perseguidor, y decidió cambiar de idea y salir corriendo. Cuando apenas había avanzado unos metros, giró levemente la cabeza, y vió que el hombre se había quedado estático, en el lugar donde se habían encontrado sus caras, y que la mirada de éste era de preocupación. Entonces, volvió a frenarse, y miró fijamente a aquella estatua humana, que se apresuró a levantar un brazo y hacerle un gesto para que se acercara. La joven no sabía que hacer, pero su instinto le dijo que obedeciera la orden, y así lo hizo.

Una vez estuvo a una distancia cercana pero prudencial del hombre, y antes de que pudiera preguntar nada, éste le dijo: ¿Estás bien? A lo cual Marta respondió con una negativa. El misterioso personaje resultó llamarse Andrés, y resultó ocultar detrás de su nombre una dolorosa historia: Su padre era el dueño de una empresa local de transportes, y desde los 18 años lo contrató como conductor de autobuses. Con apenas 21 años le ofrecieron el mismo puesto pero en una empresa de ámbito nacional, con la consiguiente subida salarial. Y allí pasó diecisiete años, hasta que el alcohol se entrometió demasiado en su vida, llegando al punto de conducir en estado de embriaguez y de provocar un accidente que a punto estuvo de costar una vida, y desde entonces fue fulminantemente despedido, sin opción a continuar su trabajo en otra empresa similar, ya que todas estaban alertadas de los malos hábitos del piloto. Esa situación propició que su mujer se desesperara más de lo que ya estaba con el alcoholismo del que era presa Andrés desde hacía un tiempo, y fue la culminación de su separación. Ahora, con 42 años, sin paro restante por cobrar, y con un trabajo de reparto de panfletos malamente pagado, intentaba sobrevivir a duras penas, viviendo como soltero y teniendo que pasar una pensión mensual a su hijo, con la custodia en manos de la madre.

Y aunque parezca que fue mala suerte la de Marta por encontrarse a semejante hombre, todo lo contrario: esa sería su vía de vuelta a casa. La chica le contó a Andrés su problema con el transporte, sus problemas en casa, y el olvido de su móvil. El hombre venía de cenar en casa del único amigo que le quedaba, el cual estaba sufriendo la presión de su mujer para que abandonara el contacto con su vieja amistad, por evitar que le influyeran a su marido los malos vicios del ex-conductor. Sin embargo, éste, por mucha mala fama que se hubiera ido ganando por méritos propios, en el fondo y a pesar de todo lo que le había ocurrido, seguía siendo el mismo hombre amable y atento de antes. Tras contarle a Marta su historia mientras llegaban a su casa, en vez de prestarle su teléfono que era lo que la chica buscaba, le pidió un favor: que le permitiera llevarla hasta su casa, para volver a recorrer una de las primeras rutas que realizó, cuando aun trabajaba para su padre. Ella, a pesar de una primera reticencia a ir en un coche extraño, y sabiendo los riesgos que corría, se dio cuenta de que había sido la única persona que le había ofrecido ayuda, aunque no había sido la única que se había cruzado aquella noche, y no tardó demasiado en aceptar la oferta.

Andrés se puso su vieja gorra de conductor, y aunque viajaran en un modesto coche y no en un corpulento autobús, le pidió a Marta el billete del autobús, y se lo marcó arrancando el trocito correspondiente a un viaje, como era costumbre hacer, aunque las máquinas hubieran quitado mucha humanidad al proceso. Ambos dejaron salir una sonrisa de complicidad. El hombre arrancó, y más de veinte años después, volvió a sentirse joven, y su mirada recuperó la luz que hacía muchos años que no tenía. Se sentía fuerte, llevaba un par de semanas sin tocar ni gota de alcohol y se sentía orgulloso por ello, y sentía que el futuro más inmediato de aquella chica estaba en sus manos. Le fue contando a Marta el trayecto que recorría en su momento, todas las paradas, y varias anécdotas, a cada cual más curiosa, y los diez kilómetros de viaje transcurrieron en apenas unos minutos. Andrés no podía dejarla en la puerta de su casa, la dejó en la última parada de el último autobús de aquella noche. Luego ya volvería a la realidad, pero en ese momento no quería estropear la magia que lo envolvía todo. Marta le agradeció el detalle del viaje, y tras una breve despedida entre conductor y viajero, su puerta se abrió, y por fin la chica se tranquilizó.

Marta estaba en casa, por fin. Se apresuró a llamar al timbre, que apenas sonó antes de que la puerta se abriera de par en par, y saliera su madre a darle un abrazo muy grande. Tras entrar en su casa, su padre tampoco tardó en llenarla de besos y abrazos, al igual que su tío y su hermano. Se disculpó ante todos, y mientras les contaba lo sucedido, disfrutaba prácticamente por primera vez de una escena en la que todos estaban escuchándola tranquilos, sentados en los sofás del salón, y mirándose entre sí sin llenar de aire viciado y de odio el salón.

-------------- THE END --------------

El próximo capítulo no tardará tanto en llegar, para escribir este no encontraba inspiración ni tiempo, aunque lo iba avanzando poquito a poco. Por el retraso os mereceis de regalo el tercer capítulo, para no quedaros más tiempo con la intriga de Marta. La semana que viene empieza una nueva historia....