viernes, 16 de abril de 2010

Episodio 8: Nunca digas nunca (V - epílogo)

Una vez realizadas las presentaciones oportunas, todos acordaron recorrer el paseo marítimo hasta encontrar una cala donde sentarse a charlar tranquilamente. Óscar no podía creerse que hubiera estado a punto de arruinar su plan por unos estúpidos celos que nunca antes había sufrido, y ahora disfrutaba de la compañía de Elena, que no soltaba su mano. Curiosamente lo mismo había ocurrido también la pasada ocasión, por lo que tragó saliva y decidió dejar de aislarse mentalmente, algo que llevaba haciendo todo el viaje, y que con sus amigos no había ocurrido nada, pero ahora delante de la chica podía suponerle algún problema.

Mario se había integrado rápidamente con Matías y Lucas, que en el fondo lo que querían era darle tiempo y espacio a su amigo para que hablara a solas con ella. Pero parecía que el chico no estaba dispuesto a arrancarse, por lo que tuvo que ser el propio hermano de Elena quien rompiera el hielo. Conocedor de la historia, y siempre preocupado por su hermanita pequeña, se adelantó hasta alcanzar a la pareja, y tan pronto los alcanzó, no dudó en hacerles una pregunta necesaria para arrancarles unas palabras: Bueno tortolitos, creo que tenéis una conversación pendiente, ¿no es cierto? – Inmediatamente ambos jóvenes se pusieron rojos de vergüenza y miraron corriendo al suelo, lo que provocó las risas de Mario y los dos amigos, que volvieron a dejar una distancia prudencial con respecto a la pareja, para ver si ahora conseguían hacerles hablar.

Óscar, que parecía haberse vuelto mudo, a pesar de tener tantas cosas que decir que estaba a punto de estallar, fue quien por fin inició la conversación:
- Creo que tu hermano tiene razón, tenemos una conversación pendiente…déjame hablar, y luego me dices lo que quieras
- Dime, te escucho – la mirada de la chica brillaba tanto como cuando se encontró con él.
- Lo que hice hace tres años no tiene sentido, pero entiéndeme, mi inmadurez me pudo, tenía miedo de hacer algo que no te gustara, de decir algo que me hiciera quedar mal, me hubiera gustado congelar aquél momento por siempre… pero el miedo me dijo que huyera, que sería la forma más sencilla de evitar cualquier problema, y para cuando me di cuenta de mi error, era demasiado tarde…no tenía forma de ponerme en contacto contigo, me alejaba de la única chica que había conseguido que sintiera algo especial por ella, y pensé que el tiempo me daría una tregua, que conseguiría olvidarte, ya que vivir con tu recuerdo sin poder encontrarme más contigo sería demasiado duro…pero me equivoqué, todas las noches que soñaba con volverte a ver me hacían levantarme contento pensando que te vería ese mismo día, pero después caía en la cuenta de que no era más que un mero sueño, y que los sueños nunca había conseguido que se cumpliesen…hasta hoy, claro. Y es por eso que quiero olvidar el pasado, aunque gracias a recordar ese pasado he conseguido encontrarte de nuevo, pero quiero vivir el presente, y quiero que sea contigo.
Elena tiró del brazo de Óscar, y lo detuvo. Ambos se abrazaron, y posteriormente se dieron un beso, su primer beso, un beso largo y apasionado, de esos que logran que hasta los que lo ven se emocionen. Lucas le pasó un brazo por encima a Matías en señal de complicidad, ya que gracias a su trabajo juntos habían logrado que la pareja se reencontrara, y por fin, una vez aclarado lo ocurrido, se animaran a demostrarse de una vez por todas lo que llevaban ocultando en su interior desde hacía años. Su amor.

Encontraron por fin la cala, y Matías, Marcos y Lucas decidieron remojarse con el agua de la playa, aprovechando que por la tarde el agua siempre está más tibia tras recibir los rayos del sol todo el día. Mientras los chicos corrían y jugaban con el agua, que apenas les llegaba a los tobillos, la pareja se encontraba sobre las rocas, a salvo de remojarse salvo por algún intento de salpicarles por parte de sus amigos. Tras un rato de conversaciones, Óscar miró la hora. Eran las 19:43, dos minutos antes de la hora en la que había huido la última vez. El chico besó firmemente a su encantadora chica mientras recordaba lo ocurrido. Quizás no pudiera cambiar lo ocurrido, pero sí su presente, y ya era hora de acabar con los paralelismos del pasado. Era hora de cambiar la historia, y cambiar el punto y final por una simple coma.

-------------- THE END --------------

Acaba así la segunda historia, tenía planeado cerrarla hace unos días, pero he tardado un poco más de lo planeado con el epílogo. Espero que la hayais disfrutado tanto o más que la primera, y atentos, que en breve llega el próximo episodio de este último autobús.

viernes, 9 de abril de 2010

Episodio 7: Nunca digas nunca (IV)

Eran las cinco y media de la tarde, y era hora de iniciar el camino hacia el Soul Café, situado en la orilla de una de las largas playas de Lanzarote. Sólo un muro de apenas 50 centímetros y una estrecha calle separaba aquél lugar de la arena. Los jóvenes tardaron un buen rato en llegar, debido a que fueron andando, tal y como estaba previsto. Óscar aún recordaba hasta la hora en la que la vio, las 17:58. Se sentaron en el café y pidieron un refresco, ya que les faltaban casi 30 minutos para que llegara el momento. Los nervios se apoderaban cada vez más del chico, al cual le costaba mantenerse sentado, y cada vez quedaba menos…veinte minutos…diez… tres…dos…uno…

Era la hora. Lucas y Matías parecía que volvían a aguantarse como al principio del viaje y charlaban intentando meter a Óscar en sus asuntos para quitarle hierro al asunto, pero éste último en cuanto vio llegar la manecilla a dos minutos de las seis, giró rápidamente la cabeza hacia el punto donde la vio. Estaba vacío. Se lo había imaginado, sabía que era algo que podía ocurrir, pero en el fondo no lo había asumido. Después de lo que había pasado intentando convencerse a sí mismo sobre la locura de la idea, y tras ver cómo sus amigos se peleaban por su culpa, sus ojos se empezaron a enrojecer. No era el típico chico sensible, pero se había juntado con demasiadas emociones al mismo tiempo, y estaba a punto de estallar.

Pero entonces vio a una chica sentarse. Morena, pelo largo y liso, aunque con las gafas de sol no podía distinguirla bien, pero en cuanto se las quitó y dejo a la vista sus brillantes ojos color esmeralda, saltó de la silla y se dirigió a la puerta, y sus amigos esperaron a contemplar la escena tras los cristales del café. Según se estaba acercando a aquella chica, de la cual no tenía la menor duda que era quien llevaba tres años esperando volver a cruzarse, apareció él. Un chico fuerte, un poco más alto que la chica, que llevaba dos helados en la mano, y en cuanto estuvo a la altura de ésta le dio uno, y la chica tras sonreír levemente y levantarse, se dejó agarrar por la cintura y ambos empezaron a caminar. Óscar quedó paralizado, se llevó una mano a la boca síntoma de la impresión, y también comenzó casi a correr, pero en la dirección contraria. En efecto, Lucas tenía razón, las circunstancias no eran las mismas, y por mucho que se hubiera encontrado a aquella chica allí, había posibilidades de que no fuera sola.

En ese momento a Lucas le hubiera gustado tener un gemelo en lugar de a Matías enfrente, ya que sabía que hiciera lo que hiciera éste último, las cosas probablemente no irían bien. Pagaron la cuenta corriendo, y Lucas salió corriendo tras la pareja mientras que ordenó a Matías que hiciera recapacitar a Óscar y lo llevara de vuelta, o al menos lo frenara. El encargado de hablar con la chica y el chico sabía muy bien su tarea, entretener a ambos y esperar que su amigo no hubiera ido demasiado lejos, no podía permitir que después de todo lo que había sufrido Óscar por aquella joven la dejara marchar de nuevo, sin al menos saludarla. Los alcanzó rápido, y para no asustarles, les adelantó y empezó a hablarles de frente. El acompañante de la chica estaba demasiado ocupado en su helado, por lo que la conversación quedó entre Lucas y ella:

- ¡Perdón! ¡Esperar un momento! Hola, no me conocéis ni yo a vosotros, pero un amigo mío sí que te conoce, solo que lleva mucho tiempo sin verte, y le ha entrado algo de miedo y ha salido andando en la dirección que no era… ¿serías tan amable de esperarle? – La chica se giró pero no vio a nadie.
- ¿De qué me estás hablando?
- Eh, vale, sé que parece un poco raro, pero espero que esta historia te suene de algo, porque o bien mi amigo anda mal de vista o tú de memoria. Hace tres años, en este mismo lugar, un chico llamado Óscar se acercó a saludarte, pero después de hablar un rato, por las tonterías de entonces, salió corriendo y ni siquiera se despidió. Ahora, tres años después ha vuelto a la isla conmigo y otro chico, y dice que le ha ocurrido todo tal y como pasó entonces, por lo que pensó que si te esperaba en el mismo sitio y a la misma hora que entonces, podría tener alguna oportunidad de salud…

Con cada palabra de Lucas la cara de la chica se iluminaba cada vez más, y evidentemente recordaba todo aquello tan bien como Óscar. No le dejó acabar la historia, salió corriendo en la misma dirección que el chico, en espera de encontrarlo. Aunque no era el mejor momento. Matías no había sido capaz de frenar a su amigo, y su físico no era la mejor herramienta para lograrlo, pero sabía que tenía que conseguirlo, por las buenas o las malas, por lo que hizo como si se quedara atrasado para placar a su amigo desde atrás, aunque en la caída puso su cuerpo de colchón, ya que no quería hacerle daño. La mala suerte, que Óscar cayó con todo el peso sobre el pecho de Matías, y éste quedó además de dolorido, medio asfixiado en suelo. Su amigo habló rápidamente: ¡Estás loco tío! ¡Qué cojones crees que haces! – Mientras le gritaba, le levantaba y le ayudaba a tomar aire, y el joven empezó a perder la rojez que había adquirido los instantes anteriores. En ese momento se escuchó una voz que gritaba un nombre, el de Óscar. Y una voz femenina y dulce. Era ella.

- ¡Óscar! ¿Dónde ibas? Ni siquiera saludas, y ¿ya te ibas de nuevo sin despedirte?
- Elena… estás… estás preciosa…
- ¿De veras te has acordado todo este tiempo de mí?
- Cada día, y cada noche…pero...¿y tu novio?
- ¿Qué novio? ¿De qué hablas?
- El chico con el que ibas ahora…se os veía muy unidos…
- ¡Idiota! ¡Es mi hermano! La otra vez te fuiste con tantas prisas que no me dio tiempo ni a hablarte de él…

En ese momento llegaron los dos chicos que habían quedado en el otro lugar. Lucas llegaba sonriente: Chicos, os presento a Mario, el hermano de Elena. Este es el famoso Óscar, y este pordiosero (señalando la cantidad de tierra que había cogido la ropa de su amigo con la caída al suelo) se llama Matías. Bueno, y yo soy Lucas…encantado, Elena, Óscar nos ha hablado mucho de ti, sobre todo estos cuatro días…

jueves, 8 de abril de 2010

Episodio 6: Nunca digas nunca (III)

Tras tres días en la isla, a Óscar no le había abandonado su sensación de déjà vu que le había acompañado desde el principio del viaje. Los tres jóvenes habían aprovechado de los primeros días de la semana para descansar, y a partir del cuarto día, ese mismo jueves, empezarían a disfrutar de la vida nocturna. Por la mañana, mientras recogían las cosas para ir a la playa, Lucas tuvo una corta conversación mientras Matías volvía de su paseo mañanero, un ritual que hacía para no empezar el día con tanta energía, aunque no le servía de mucho. Lucas fue quien habló primero:

- ¿Sigues pensando en lo del avión?
- Sí tío…y hoy más que nunca, porque fue el jueves de aquella semana cuando la conocí.
- ¿En serio sigues con la chorrada de que esto es como un viaje en el tiempo?
- Si sólo hubiera pasado al principio del viaje me daría igual, pero ya llevamos tres días en los que no ha pasado nada distinto del viaje con mis padres.
- Pues vaya jóvenes de mierda, que hacemos lo mismo que nuestros padres – Esta frase provocó la risa de ambos, aunque Óscar recuperó pronto su expresión de preocupación.
- ¿Tan difícil crees que es que se repita la historia?
- Para empezar la historia ya no es igual. Vienes con tus amigos, y esta tarde nos vamos a conocer gente para poder salir a lo grande por la noche, no te olvides. No creo que ese fuera tu plan la última vez…
- ¿Y sería mucho pedir si…?
- Venga tío, no te pongas cortado conmigo que no soy la chica esa…
- ¿Sería mucho pedir si esta tarde fuéramos al café desde donde la vi aquél día?
- ¿Cómo? Y esta noche no sabremos ni dónde ni con quién salir, por mantener una locura de idea que tienes sobre una especie de brecha en el tiempo…estás colgado tío, pero si tan seguro estás no seré yo quien te deje tirado ahora. Con un poco de suerte, la chica estará allí con sus amigas y tendremos plan para hoy…pero creo que con cierta persona tendrás más problemas para conseguir arrastr…

En ese momento Matías llegó al hotel, preguntando: ¿A quién tenéis que arrastrar? – Lucas le hizo un gesto a Óscar con la cabeza para indicarle que era el momento de contárselo todo. Al principio la conversación fue medianamente bien, con el nervioso joven sin parar de interrumpir la historia, hasta que llegó la pregunta crucial. Su rubio amigo reaccionó como se esperaba:

- ¡Ah, no, no! Llevo tres días en plan viejecitos, ¡no pienso pasarme la tarde en la que vamos a conseguir el plan muerto del asco en un café rodeado de más abuelos, que al final me contagian el aburrimiento!
- Pero tío, siempre podemos salir y preguntarle a la gente… - Óscar se veía entristecido.
- ¡Que no, que a la gente hay que conocerla antes, no ir preguntando a cuatro personas que pasen de nosotros la zona por la que se sale! ¿Qué crees, que a las chicas se las conquista en una hora? ¡Hay que trabajar ya desde antes si quieres que te vaya bien!
- No seas tan egoísta, que tú siempre estás con las mismas y el pobre Óscar nunca habla del tema, podrías ceder por una puta vez. – Lucas intervino, y no con muy buen ánimo.
- ¿Egoísta yo? ¡Llevamos tres días casi sin movernos, que hasta hemos hecho lo mismo que los padres de Óscar! ¿Tú crees que ese es el modelo de viaje de amigos universitarios? ¡Venga ya!
La conversación fue cogiendo tono, pero la pelea era ya entre Matías, que seguía en sus trece, y Lucas, que se había conseguido en el escudero de un Óscar cada vez más visiblemente deprimido.

Al final éste último se dio por vencido, viendo que había provocado un serio problema entre sus amigos: ¿Sabéis qué? Que esta tarde voy a echarme novia, pero la conoceré hoy. Paso de seguir comiéndome la cabeza por esta historia, que hasta os ha hecho decir un montón de mierda que seguro que ni pensáis. Y no quiero rechistes de ninguno de los dos, me hacéis caso, y punto. – Los otros dos jóvenes se siguieron mirando mal, pero dejaron de hablar. Tras unas horas en la playa, con poco tiempo en el agua por el ambiente que reinaba en el trío, marcharon a comer, y poco después al hotel. Óscar decidió echarse una siesta, y Matías por el contrario dijo que iba a tomar el sol en la piscina, idea que tomó también Lucas. Una vez los dos chicos llegaron a la piscina, el segundo empezó la que sería una última conversación.

- Tú, personaje, me vas a escuchar y como se te ocurra abrir la boca te la lleno de agua con cloro, así que tú verás. – Matías no refutó esa amenaza por la diferencia de músculo entre ambos – Sabes cómo es Óscar, que nunca te pide nada, que nunca hace lo que él quiere si la mayoría no está de acuerdo. A mí me apetece una mierda ir esta tarde a una cafetería cuando podría estar conociendo gente con la que pasármelo de puta madre en vez de rodearme de viejos, pero si este chico está tan convencido de que puede encontrarse allí a su amiga, lo hago y me callo. Y si no aparece, que seguramente es lo que ocurra, tú también te callas y tragas, pero le das al chaval la oportunidad, y le dejas de destrozar el viaje, que las excursiones que hemos hecho hasta ahora, que sepas bocazas, que las organicé yo, así que si no te gustan lo discutes conmigo, pero ahora mismo vas a coger tu móvil, vas a llamar a Óscar antes de que se duerma, y le preguntas lo que hicieron sus padres y él a esta hora éste día, que seguro que se acuerda. Y como no lo hagas en cinco segundos, en vez de llenarte la boca de agua, te la lleno del cemento del bordillo de la piscina. Y como me digas que no me harás caso, prepárate a volver a casa esta noche, y en un helicóptero que te tenga que llevar desde el hospital. ¿Entendido? – La expresión de Lucas no dejaba opción a pensar que estuviera bromeando, por lo que Matías cogió corriendo su móvil, y marcó el número de su amigo.
- Eh… oye Óscar, que me preguntaba lo que hicísteis tú y tus padres en el viaje de la última vez… ah, pues vete bajando tío, ahora que llevamos tres días y medio iguales y falta tan poco tiempo para que pueda repetirse lo de la chica no la líes… venga corre.

Y así, sin mediar más palabra, ambos jóvenes se dejaron caer sobre sus toallas para coger más color del que ya habían conseguido en los primeros días, y a los pocos minutos llegó el tercero, que hizo lo propio. Pero esta vez, con una sonrisa permanente dibujada en la cara. Aunque sabía que no podría dormir, le esperaba una tarde demasiado larga.

domingo, 4 de abril de 2010

Episodio 5: Nunca digas nunca (II)

En el aire, Óscar que viajaba pegado a la ventana volvió a aislarse de sus amigos y en general del mundo que le rodeaba. Empezó a recordar detalles de aquél viaje, detalles que pensaba, ojalá se repitieran como hasta el momento había sucedido, pero sabía que era muy complicado que ocurriera todo calcado a su anterior experiencia. Matías, que viajaba en el centro para poder mantener a los dos entretenidos durante el trayecto, volvió a empujar a Óscar: ¡Pensaba que lo de estar en las nubes en el aeropuerto era broma, vuelve! Y Óscar, le respondió con una sonrisa forzada para cuando se giró resoplar y evitar llegar a mayores tan temprano.

Transcurrida la mitad del viaje todo iba según lo planeado: sol miraran donde miraran, la tierra se había terminado y había dejado paso al inmenso océano, y Matías por suerte había sido víctima del madrugón y dormía desde hacía un rato. Entonces Lucas abrió la boca tras haberse pasado un largo rato con la mirada perdida en el pasillo del avión. 'Óscar tío, ¿qué te pasa? Te noto raro', y entonces Óscar le explicó que antes de que su nervioso amigo le devolviera a la realidad estaba recordando que en su anterior viaje había conocido a una chica, de nombre Elena, y con la que por su timidez de aquél entonces no hizo nada más que hablar un rato antes de volverse corriendo a su hotel, para después acabarse arrepintiendo, y que esperaba encontrarla en su regreso a la isla aun sabiendo que era muy complicado.

El avión por fin comenzó el aterrizaje. Matías empezó a desperezarse, algo que aunque sus amigos sabían que acabaría ocurriendo esperaban que fuera lo más tarde posible. No es que no fueran buenos amigos, es que el joven siempre se alteraba con la idea de alejarse de su ciudad. Cuando el aparato tocó tierra, Matías había vuelto a ser él mismo y sus amigos se miraban entre sí, como esperando que alguno de los dos tuviera una solución para aquél torbellino humano. Bajaron del avión e inmediatamente notaron el golpe del clima tan distinto que les esperaba allí: humedad, temperatura cálida sin llegar a ser calurosa, y el olor a mar que todo envolvía. Su equipaje por suerte salió rápido por la cinta correspondiente, y pudieron ir pronto a la compañía de alquiler de coches. Aunque la isla no es excesivamente grande, preferían tener un medio de transporte siempre disponible por si surgía algún plan o emergencia, y para no tener que depender de los autobuses para desplazarse de un punto a otro. Con un Seat Ibiza tendrían más que de sobra, aunque los equipajes abultaban bastante, pero el hecho de ir sólo tres personas les permitía usar los asientos traseros como extensión del maletero. Y en apenas diez minutos llegaron al hotel, pero por desgracia les dijeron que tendrían que esperar un par de horas hasta poder entrar en la habitación. Justo lo mismo que le ocurrió con sus padres. Y tuvo la misma idea que entonces, ir a la playa a estrenar el agua del Atlántico mientras hacían tiempo.

Volvió a caer en la cuenta de que en las primeras seis horas que ambos viajes habían tenido en común, todo se había repetido. La otra vez, en el avión fue él quien se durmió en el avión y le dio tregua a sus padres. Y su padre, al coger el coche de alquiler, se vio obligado a coger un Ibiza también, ya que todos los demás estaban cogidos en el momento. Demasiadas coincidencias pensaba, pero en seguida su mente le hacía creer que era imposible que tras tanto tiempo volviera a vivir el mismo viaje. ¿O no?

viernes, 2 de abril de 2010

Episodio 4: Nunca digas nunca (I)

A pesar de ser tan temprano, Óscar estaba despierto y listo para tomar el avión que le llevaría lejos de la península. Hacía tres años había hecho un viaje con sus padres a Lanzarote, y quedó tan impresionado con la tranquilidad que allí se respiraba, que había decidido repetir, pero esta vez con un par de amigos. Eso sí, aunque las cosas habían cambiado mucho, prefirió repetir la compañía con la que volaría, y el hotel donde se hospedarían. Casualidad, pensaba él, que volaba a la misma hora que en la anterior ocasión.

Y es que salvo sus acompañantes, todo le resultaba como si volviera sobre sus pasos de hace tres años. El mismo amanecer rosado, aunque esta vez era prácticamente verano y la anterior prácticamente navidad. Según ocurrían las cosas, recordaba con exactitud su pasada experiencia, lo cual le llamó profundamente la atención, pero la magia es cosa de niños, ¿verdad? Los chicos charlaban sobre lo que se podrían encontrar en Lanzarote, que es a donde iban. Uno de ellos esperaba encontrar fiesta y chicas, mientras que el otro esperaba poder relajarse en la piscina del hotel y visitar la isla a fondo. Óscar mientras tanto estaba distraído recordando su viaje, hasta que uno de sus amigos le hizo una pregunta, y al ver que no contestaba le metió un empujón. ¡Óscar, baja de las nubes que ya tendrás tiempo para verlas desde el avión! - Matías le miraba sonriente. Era el más nervioso de los tres, un chico rubio, más alto que sus amigos, con una complexión delgada, y le gustaría ser el que más ligara, pero de eso se encargaba Lucas, el tercero allí presente. Lucas era a diferencia de su amigo, moreno, con una mirada profunda, y se había pasado los últimos tres años de su vida centrado en el gimnasio, más incluso que en los estudios, y había conseguido un cuerpo por el que suspiraban una buena parte de las chicas de su clase. Sin embargo, quizás por tenerlo tan fácil, nunca le habían llamado la atención en especial las chicas, aunque él ya tenía la suya, con la que estaba a punto de celebrar su primer aniversario. Matías le envidiaba, pero no hacía nada por remediarlo, y siempre que salían acababa de malas formas con Lucas, ya que conseguía sin quererlo centrar la atención de las chicas que el primero intentaba conquistar. Óscar era en este aspecto más parecido al segundo, y aunque estaba soltero no se inquietaba para nada, ya que sabía que tarde o temprano acabaría encontrando a esa chica especial que estuviera a su lado.

El sol empezaba a resultar molesto en las retinas, y lo único que podía significar era que se acercaba la hora de subir al avión. La gente empezó a arremolinarse en torno a la puerta de embarque, y los jóvenes se apresuraron para no quedarse rezagados. Ya tenían el equipaje facturado desde hacía rato, y tenían los pasajes en la mano junto con su identificación, para no tener ninguna complicación. En apenas 10 minutos estaban atravesando el túnel que les transportaba de la terminal a aquél mastodóntico transporte con alas. Tuvieron suerte y se encontraron con un avión con dos filas de tres asientos, por lo que podrían estar juntos y seguir su charla durante todo el viaje. Tras la pertinente charla de azafatas y piloto, el aparato comenzó a moverse lentamente, y fue realizando varios giros hasta disponerse en la pista correspondiente. Una vez situado, empezó su aceleración y despegó. El sol lucía en el horizonte con tanta fuerza que parecía la última vez que lo iba a hacer.

sábado, 6 de marzo de 2010

Episodio 2 y 3: Vuelve, vuelve... (II) & (III)

Y allí se sentó, sobre la húmeda hierba, a descansar del peso de su mochila, y a relajarse con el agradable atardecer de Mayo que en ese momento estaba teniendo lugar.

Pero viendo que la hierba era más blanda de lo que creía, decidió tumbarse, y mientras el sol se apagaba lentamente a lo lejos se quedó dormida. Y despertó en su cama, pensando que lo de su visita en autobús no habría sido más que un sueño. Se levantó, se fue al baño, y vió en el espejo un reflejo que aun siéndole familiar, le resultaba más adulto. Miró el calendario, y seguía siendo la fecha de siempre. Miró su DNI, y se encontró con que era mayor de edad. Fue a la cocina, saludó a su madre, y salió de casa, cogiendo previamente las llaves de un coche. No sabía lo que le había ocurrido para despertar dos años más mayor que la noche anterior, pero era igual, prefería no hacer preguntas para no deshacer aquél momento mágico. Tocó el botón de la llave del coche, y se iluminaron enfrente suya las luces de un coche deportivo. Era suyo. Entró en el coche, lo arrancó y salió rápidamente calle abajo, mientras sonreía feliz. Se dió un largo paseo, hasta que tras una buena cantidad de kilómetros recorridos, llegó al pueblo con el que creía haber soñado. Pasó varios cruces disfrutando de las vistas, hasta que llegó a un nuevo cruce. Según fue a pasarlo, algo le golpeó con gran fuerza por el lado del copiloto. Un coche se había saltado la señal correspondiente, y ahora los dos vehículos se encontraban formando una sola unidad, aunque con bastante peor aspecto que por separado. Y entonces el otro conductor, con mirada furiosa, se bajó de lo que quedaba de coche, y empezó a gritar: "Niña! Niña! Oye!" mientras Marta lloraba y se tapaba la cara con las manos.

Cuando se descubrió el rostro, se encontró en el parque que nunca había abandonado. Y no había soñado su excursión, lo que había soñado era su mayoría de edad. Su mirada se entristeció, y volvió a escuchar la misma voz del conductor, pero ya más suave: "Oye! Que voy a cerrar el parque, no querrás quedarte aqui toda la noche, ¿verdad?" Miró un poco hacia arriba y se encontró con una amable expresión, de un señor ya de avanzada edad, y que por lo que parecía era uno de los guardias de aquél edén en miniatura. Marta, sin decir nada, se levantó rápidamente, cogió su mochila y se dirigió a la salida. Una vez en la calle, miró su reloj: las once y media. No se podía creer que su madre no la hubiera llamado para saber donde estaba, y entonces recordó que se dejó el móvil en casa a propósito tras discutir con su padre sobre su última factura telefónica. Corrió hasta la parada de autobús más cercana, y comprobó que el último autobús pasaba a las once. Estaba a unos kilómetros de su casa, pero no tenía forma de volver, ya que su única vía pasaba por el bonobús que llevaba encima, y en ese momento, no le servía absolutamente de nada.

Tras recorrer durante un rato las calles de aquel pueblo, Marta descubrió que su pesadilla no había hecho nada más que empezar: era fiesta local, y ni siquiera los restaurantes se mantenían abiertos a esa hora. Estaba sola, sin forma de comunicarse con sus padres, sin dinero para pagar un taxi, los cuales ni siquiera se dejaban ver circular por aquel, ahora fantasmagórico, lugar. Su respiración se empezó a acelerar, y tuvo que sentarse en un bordillo para evitar caerse. No podía pasar la noche vagando por las frías calles, y le aterraba la idea de tener que acomodarse en un lugar donde pudiera ser víctima de un vagabundo o de algún grupo de gente capaz de hacer daño con tal de pasarlo bien. Apesadumbrada y con la cabeza baja, decidió seguir andando, con un poco de suerte encontraría una gasolinera abierta, o una carretera desde la que poder hacer auto-stop, y de esa forma conseguir volver a su casa. Mientras avanzaba lentamente, mirando al suelo, se sorprendió al ver una sombra por su espalda. No quiso girarse, y mantuvo el ritmo y la postura, durante varios metros más, incluso quebró un par de veces en diferentes esquinas, esperando que la suerte la acompañara y que aquella sombra siguiera un camino distinto, pero no fue así, y al contrario, cada vez la tenía más cerca. Entonces se frenó en seco y giró, ya que veía imposible huir de un laberinto de calles que no conocía. Y se encontró con un hombre alto, gordito, con cara muy seria. Marta soltó un estridente chillido, que asustó a su perseguidor, y decidió cambiar de idea y salir corriendo. Cuando apenas había avanzado unos metros, giró levemente la cabeza, y vió que el hombre se había quedado estático, en el lugar donde se habían encontrado sus caras, y que la mirada de éste era de preocupación. Entonces, volvió a frenarse, y miró fijamente a aquella estatua humana, que se apresuró a levantar un brazo y hacerle un gesto para que se acercara. La joven no sabía que hacer, pero su instinto le dijo que obedeciera la orden, y así lo hizo.

Una vez estuvo a una distancia cercana pero prudencial del hombre, y antes de que pudiera preguntar nada, éste le dijo: ¿Estás bien? A lo cual Marta respondió con una negativa. El misterioso personaje resultó llamarse Andrés, y resultó ocultar detrás de su nombre una dolorosa historia: Su padre era el dueño de una empresa local de transportes, y desde los 18 años lo contrató como conductor de autobuses. Con apenas 21 años le ofrecieron el mismo puesto pero en una empresa de ámbito nacional, con la consiguiente subida salarial. Y allí pasó diecisiete años, hasta que el alcohol se entrometió demasiado en su vida, llegando al punto de conducir en estado de embriaguez y de provocar un accidente que a punto estuvo de costar una vida, y desde entonces fue fulminantemente despedido, sin opción a continuar su trabajo en otra empresa similar, ya que todas estaban alertadas de los malos hábitos del piloto. Esa situación propició que su mujer se desesperara más de lo que ya estaba con el alcoholismo del que era presa Andrés desde hacía un tiempo, y fue la culminación de su separación. Ahora, con 42 años, sin paro restante por cobrar, y con un trabajo de reparto de panfletos malamente pagado, intentaba sobrevivir a duras penas, viviendo como soltero y teniendo que pasar una pensión mensual a su hijo, con la custodia en manos de la madre.

Y aunque parezca que fue mala suerte la de Marta por encontrarse a semejante hombre, todo lo contrario: esa sería su vía de vuelta a casa. La chica le contó a Andrés su problema con el transporte, sus problemas en casa, y el olvido de su móvil. El hombre venía de cenar en casa del único amigo que le quedaba, el cual estaba sufriendo la presión de su mujer para que abandonara el contacto con su vieja amistad, por evitar que le influyeran a su marido los malos vicios del ex-conductor. Sin embargo, éste, por mucha mala fama que se hubiera ido ganando por méritos propios, en el fondo y a pesar de todo lo que le había ocurrido, seguía siendo el mismo hombre amable y atento de antes. Tras contarle a Marta su historia mientras llegaban a su casa, en vez de prestarle su teléfono que era lo que la chica buscaba, le pidió un favor: que le permitiera llevarla hasta su casa, para volver a recorrer una de las primeras rutas que realizó, cuando aun trabajaba para su padre. Ella, a pesar de una primera reticencia a ir en un coche extraño, y sabiendo los riesgos que corría, se dio cuenta de que había sido la única persona que le había ofrecido ayuda, aunque no había sido la única que se había cruzado aquella noche, y no tardó demasiado en aceptar la oferta.

Andrés se puso su vieja gorra de conductor, y aunque viajaran en un modesto coche y no en un corpulento autobús, le pidió a Marta el billete del autobús, y se lo marcó arrancando el trocito correspondiente a un viaje, como era costumbre hacer, aunque las máquinas hubieran quitado mucha humanidad al proceso. Ambos dejaron salir una sonrisa de complicidad. El hombre arrancó, y más de veinte años después, volvió a sentirse joven, y su mirada recuperó la luz que hacía muchos años que no tenía. Se sentía fuerte, llevaba un par de semanas sin tocar ni gota de alcohol y se sentía orgulloso por ello, y sentía que el futuro más inmediato de aquella chica estaba en sus manos. Le fue contando a Marta el trayecto que recorría en su momento, todas las paradas, y varias anécdotas, a cada cual más curiosa, y los diez kilómetros de viaje transcurrieron en apenas unos minutos. Andrés no podía dejarla en la puerta de su casa, la dejó en la última parada de el último autobús de aquella noche. Luego ya volvería a la realidad, pero en ese momento no quería estropear la magia que lo envolvía todo. Marta le agradeció el detalle del viaje, y tras una breve despedida entre conductor y viajero, su puerta se abrió, y por fin la chica se tranquilizó.

Marta estaba en casa, por fin. Se apresuró a llamar al timbre, que apenas sonó antes de que la puerta se abriera de par en par, y saliera su madre a darle un abrazo muy grande. Tras entrar en su casa, su padre tampoco tardó en llenarla de besos y abrazos, al igual que su tío y su hermano. Se disculpó ante todos, y mientras les contaba lo sucedido, disfrutaba prácticamente por primera vez de una escena en la que todos estaban escuchándola tranquilos, sentados en los sofás del salón, y mirándose entre sí sin llenar de aire viciado y de odio el salón.

-------------- THE END --------------

El próximo capítulo no tardará tanto en llegar, para escribir este no encontraba inspiración ni tiempo, aunque lo iba avanzando poquito a poco. Por el retraso os mereceis de regalo el tercer capítulo, para no quedaros más tiempo con la intriga de Marta. La semana que viene empieza una nueva historia....

miércoles, 3 de febrero de 2010

Episodio 1: Vuelve, vuelve... (I)

Marta había tenido un mal día. Había tenido un exámen para el que apenas se había preparado por los problemas que tenía en casa, había discutido con una amiga por culpa de unos apuntes prestados que, por lo que parecía, nunca volvería a recuperar, y su tutor había concertado una cita con ella y sus padres para hablar sobre su bajada en el rendimiento académico en los últimos meses. Y es que, a pesar de sus 16 años, Marta ya odiaba el colegio. Odiaba que sus padres la hubieran metido en un colegio privado, odiaba estudiar, pero aunque sólo fuera por evitar las constantes charlas de sus padres, hasta un par de meses atrás había tenido unas notas sobresalientes.

Pero en casa la situación no ayudaba a Marta a estudiar. Un hermano de su padre, de nombre Carlos, de un día para otro había puesto sus maletas en la puerta y ahora convivía con ellos, después de que su mujer decidiera que necesitaba tiempo para pensar sobre su relación. Y claro, el padre de Marta, Marcos, estaba encantado con poder volver a compartir vivienda con su querido hermanito mayor, pero Laura, la madre, no sentía lo mismo. Carlos y ella nunca se llegaron a llevar bien, y el hecho de tenerlo 24 horas al día encerrado en su propia casa había propiciado que hubiera bronca casi a diario, y que aunque Marta o su hermano pequeño no tuvieran culpa de nada, acabaran salpicados del mal ambiente que reinaba en la casa.

Todo eso lo único que conseguía era que día tras día la adolescente buscara cualquier escusa para pasar el máximo tiempo posible fuera de su hogar. Y con aquél cúmulo de despropósitos añadidos, quería huir. Marcharse lo más lejos posible, pero entre su juventud y el poco dinero que llevaba encima, sabía que no era posible. Deseaba ser mayor, para poder independizarse, irse lejos de aquél agujero negro que había absorbido toda felicidad durante ocho semanas, y las que quedaban... Marta decidió dar un rodeo aprovechando su tarjeta del autobús. Llegó a la estación, y decidió coger una línea que no la llevaba directamente a su casa, la dejaría a unos 10 kilómetros, pero desde allí podría coger un nuevo transporte que la dejara en la puerta de su casa, así podría tomar el aire y pensar tranquilamente, al ritmo de la música de su reproductor.

El trayecto se le hizo más corto de lo normal, y no era de extrañar, podía entrenerse con un paisaje que no estaba acostumbrada a ver, viajaba rodeada de gente con la que nunca había coincidido a diferencia de lo que solía ocurrirle a diario, y además le entusiasmaba la idea de pasear por una zona que no estaba acostumbrada a recorrer. Por fin el autobús se detuvo, y Marta se bajó en el centro de aquel pueblo, ya casi convertido en ciudad por la cantidad de nuevas construcciones y el aumento de comunicaciones con el centro. Miró hacia un lado y hacia otro, buscando el lugar más atractivo al que ir, y por fin se decidió a caminar en dirección a un parque cercano, con gran cantidad de hierba y zonas con agua, todo perfectamente cuidado, como sacado de un manual de jardines. Y allí se sentó, sobre la húmeda hierba, a descansar del peso de su mochila, y a relajarse con el agradable atardecer de Mayo que en ese momento estaba teniendo lugar.

Continuará...

Episodio 0: Prólogo

El ser humano es caprichoso. Muchas veces siente la necesidad de contar, explicar, escribir, soltar éso que lleva dentro y que tiene que expulsar. Antiguamente la gente tenía que conformarse con decírselo al viento y que sus palabras se perdieran y quedaran sólo resquicios en su cabeza, luego con el papel pudieron hacer que sus palabras perduraran, y ahora gracias a internet, todo lo que queremos escribir lo podemos, además, difundir al mundo entero. Benditos ordenadores. Aquí es donde comienza mi andanza, cada semana habrá entre una y dos historias, según esté de ganas y de tiempo. Espero que sean de vuestro agrado.